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viernes, 23 de enero de 2015

Expedición I: en el pueblo más bonito de Colombia.

Para muchos es de común conocimiento, y los medios lo han comentado, Barichara es el pueblo más bonito de Colombia. Declarado Monumento Nacional en 1978 por ser un testimonio arquitectónico de la conquista y transportar a los turistas y habitantes con su belleza. Este título se lo ganó gracias a las manos artesanas que labraron piedra a piedra para construir sus casas e iglesias.

Nuestra travesía nos trae a este lugar para apreciar la magia que se yace por sus calles y casas antiquísimas. Construcciones bastante antiguas con una técnica milenaria llamada tapia pisada, la misma que se usó inclusive para la construcción de la Gran Muralla China1


Casa de roca y tapia pisada.
Es así como estas casas se consideran toda una pieza de singular valor arquitectónico. 

Ahora bien, nuestra búsqueda de las formas puras nos lleva a recorrer este soleado y rocoso lugar. Caminamos cuesta arriba sus marcadas calles, subimos escalones adornados por finos y altos cactus y pasamos frente a casas de ensueño decoradas de la manera tradicional y elegante, con finas aldabas y lámparas encendidas como faros en el desierto. Incluso las calles sin empedrado y acariciadas por el sol, la brisa y el agua crean un paraje digno de las leyendas e historias espeluznantes. 



Las horas pasan, a cada nuevo paso que damos el sol se oculta un poco más, la temperatura baja y las luces de los pueblos lejanos como Galán y Zapatoca se encienden como diminutas luciérnagas a cientos de kilómetros desde mirador. Nuestra búsqueda parece infructuosa, solo piedra fría e insípidas formas deambulan ante nuestros ojos. La brisa del gran cañón trae palabras extrañas y acentos inusuales que atiborran el aire de forma desorientadora, las señales son difíciles de entender, nuestra búsqueda parece infructuosa. 

La noche ha caído en el pueblo y los forasteros poco a poco parten en sus autos, el ocaso cubre el parque y entonces sabemos que es hora de regresar. Barichara tiene hermosos escenarios, y calles de fantasía pero nuestro propósito allí no se cumplió, las formas puras fueron invisibles a nuestros ojos. De vuelta en la moto el frío en la carretera nos abraza mientras pensamos en el deber cumplido, y en la satisfacción que produce.

Una reflexión final: no cuentan las calles que se caminan, sino las colinas que se suben.

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